Santiago Psicoanalítico

Clínica y política de orientación lacaniana

martes, 12 de junio de 2012


Grupo de Lectura sobre Toxicomanías y Alcoholismo

Grupo de lectura e investigación permanente sobre la clínica de las toxicomanías y el alcoholismo.


Moviemiento orientado a formar parte del Departamento de Toxicomanías y alcoholismo perteneciente al ICBA (Instituto clínico de Buenos Aires, asociado al Instituto del Campo Freudiano).

Nos reunimos los viernes cada 15 días a las 19,30 en la comuna de Providencia, Santiago de Chile. Es de entrada libre y gratuita. Para formar parte del grupo comunicarse con: Carolina Vignoli: carolinavignoli@hotmail.com Cel: 843-31965

miércoles, 18 de abril de 2012

Grupo de Lectura sobre Toxicomanías y Alcoholismo

Grupo de lectura e investigación permanente sobre la clínica de las toxicomanías y el alcoholismo.


Moviemiento orientado a formar parte del Departamento de Toxicomanías y alcoholismo perteneciente al ICBA (Instituto clínico de Buenos Aires, asociado al Instituto del Campo Freudiano).

Nos reunimos los viernes cada 15 días a las 19,30 en la comuna de Providencia, Santiago de Chile. Es de entrada libre y gratuita. Para formar parte del grupo comunicarse con: Carolina Vignoli: carolinavignoli@hotmail.com Cel: 843-31965

martes, 17 de enero de 2012

¿QUÉ NOS OFRECE EL PSICOANÁLISIS HOY?

Carolina Vignoli
La salvación por los Desechos  (Puntuación del texto de J-A Miller)
Es un texto de Miller que toma una cita de Paul Valéry. Es con esta fórmula, la salvación por los desechos, que él define el surrealismo, la vía escogida por el surrealismo.“La vía”, en el sentido de camino. Es también el modo de hacer, de colocarse, de deslizarse en el mundo que es el discurso.
 Pero es aún más acertado decirlo de Freud. Él prometió la salvación por la vía de los desechos. El descubrimiento freudiano, que fue el de los desechos de la vida psíquica, esos desechos de lo mental que son el sueño, el lapsus, el acto fallido y más allá, el síntoma. El descubrimiento también de que, de tomarlos en serio, y si les presta atención, el sujeto tiene la oportunidad de lograr su salvación. (Miller)
El término “salvación” -que tiene resonancias religiosas- sirve para indicar que no se trata sólo de una cuestión de salud, de curación, sino que a través del síntoma se puede elucidar una verdad, un saber y una satisfacción. Lo cual no puede ser reducido meramente a una curación y a la restauración de una supuesta normalidad (Gorostiza Leonardo). Lo cual nos diferencia del ímpetu de curar que tienen las disciplinas de la “salud mental” o la pura psicología.

La “salvación por los desechos” se opone a la “salvación por los ideales”. Y en este sentido, cabría oponer la “chifladura de cada uno” al ideal de “la salud para todos”. Esa es la vía que Freud abrió más allá de los ideales de curación.
Es como sí la sociedad toda se hubiera colocado frente a esa elección, la salvación por los ideales o por los desechos. Y como por una elección forzada se podría decir que ella siempre había elegido la salvación por los ideales, hasta que Freud, el primero, le abrió una vía totalmente nueva: la salvación por los desechos.
¿Qué es el desecho? Es lo que cae, lo que se desprende, lo que por otro lado se eleva, Como los palos y troncos en la creciente de un río. Es lo que se negativiza o lo que se hace desaparecer mientras el ideal resplandece. Y lo que resplandece tiene una forma. Se podría decir que el ideal es la gloria de la forma. Mientras que el desecho es lo informe, es extraído de una totalidad de la que no es sino pedazo, pieza suelta. Por lo tanto podemos ubicar “la locura de cada uno”, lo raro, del lado el desecho informe, y la “salud para todos” del lado de la buena forma según la OMS.
El desecho está del lado del objeto a, objeto fecundo con el que el sujeto puede hacer algo con su goce. La posición del analista es la del  “informe”, ya que “es más bien del lado del sin forma que puede estar disponible para el fantasma del analizante”. Sería algo así como una posición de desecho concebida ya desde el inicio mismo de la cura y no, como su posición en el final.

Sublimación

La esencia del arte es sublimar el desecho (“elevarlo a la dignidad de la Cosa”). Así, la sublimación efectúa una socialización del goce. El goce es así integrado al lazo social, al circuito de los intercambios. Entonces, según decíamos antes, podemos afirmar que la locura de cada uno puede, por la vía de la sublimación, hacer –un poco - lazo social ya que la sublimación es la vía  por la cual el goce autístico de cada Uno conecta con el discurso del Otro. (Por ej, el cirujano corta cuerpos para salvar vidas en vez de ser un asesino serial)
“La paranoia acompaña a la sublimación como a su sombra”. Hay que recordar que Lacan dice que el goce del Otro no existe (porque lo que puedo experimentar es solo mi propio goce, no el del Otro). No existe pero puedo suponerlo.

Por eso, Miller señala que a veces “el goce del Otro social toma cuerpo”. Es decir, el goce es identificado en el lugar del Otro y no se volatiliza –vía la sublimación- en el esplendor del Ideal. Es cuando se sospecha que “el Otro goza de mí”. Lo cual resume la estructura de la paranoia: el goce en el lugar del Otro. Entonces, estoy llevado a decir que la paranoia es la que más socializa mediante la suposición al Otro de una voluntad de goce, una voluntad que no pretende emplearse en su bien.

La basura que las instituciones sociales intentan velar, por ejemplo: que en los hospitales se muere gente, que la medicación no siempre cura, que las leyes perpetúan la diferencia social, que los pobres van presos y los ricos a rehabilitación, que el ideal de salud mental para todos implica la dominación de los sujetos, etc.

Es esta incitación de voluntad malévola, la que el Otro social, allí donde está representado por instancias legales, se emplea incesantemente en desmentir. Por todos lados, mediante todas las innumerables voces del pueblo administrativo que multiplica, él no dice más que ¨quiero tu bien¨. Hay que tener poca personalidad para darle crédito…

Pues bien, esta escasa personalidad es sin duda el rasgo común de todos los que se adhieren a las instituciones de cuidados que los acogen con los brazos abiertos y carita de buenos, gratis y bajo la égida implícita del ¨quiero tu bien¨. Aquellos que pueden creerlo son los desechos de la voluntad de goce.

Lo que del goce resta insocializable
El discurso del amo procede exclusivamente por identificación significante, o sea el “todos iguales”. La identificación reinó entonces sin parangón, el paciente fue de entrada identificado a su síntoma y se convirtió en el ejemplar de una clase, de una categoría (Síndrome de déficit atencional, trastorno de hiperactividad, TUS). El analista, por su parte, fue invitado a identificarse a la buena voluntad del terapeuta, a su función terapéutica.
Al analista no le corresponde insertarse en el lazo social que prescribe el discurso del amo. El tratamiento gratuito de duración limitada solo se justifica si introduce a la experiencia analítica, si introduce al lazo social específico que se teje alrededor del analista como desecho representante de lo que, del goce, permanece insocializable.

Porque prohíbe el fantasma, el discurso del amo cree en la salud mental. Este ideal le está prohibido al analista que ofrece una vía inédita, más precaria y sin embargo más segura: la salvación por los desechos.

¿Qué hacemos con los desechos o cómo recibimos a los pacientes?
Cuando un paciente llega, no es seguro de entrada que se vaya a quedar, ni si quiera es seguro que tenga una demanda propia, ocurre que a veces es enviado a la consulta por su pareja que no lo soporta más, por el médico que lo ve mal, o por los padres en el caso de los niños.
El analista se toma un tiempo para evaluar y avalar el deseo de analizarse de quien llega a la consulta. Eso a veces decanta sólo y el paciente simplemente se va porque no encuentra un motivo propio para dirigirse a Otro, o espera que el terapeuta le diga qué hacer sin interrogar su responsabilidad en lo que le ocurre.
El análisis puede encontrarse en entrevistas preliminares durante muchos años incluso, si el analista no avala la entrada en análisis. Miller destaca 3 niveles de la entrada en análisis: además de la avaluación clínica, la localización subjetiva y la introducción al inconsciente.
Entonces decimos que el momento de la avaluación se trata de la puesta en forma de la demanda del paciente, qué él encuentre una razón que lo lleve a dirigirse a un analista, y justamente se trata de algo que “cogea”, que no funciona en la vida del paciente, no se va al analista a hablar de lo bien que le va en la vida, sino de lo malo, no se va a “conocerse a sí mismo” sino a querer saber algo de la causa de lo que no anda, o sea, nos interesan los desechos del sujeto.
Ese momento también le sirve al analista para hacerse una idea diagnóstica de quien consulta, hay veces que es mejor no tomar a un paciente en análisis para no precipitar una descompensación psicótica. Tenemos en cuenta en la historia del paciente la aparición de fenómenos elementales, como el automatismo mental, los fenómenos que conciernen al cuerpo, o al sentido y la verdad, es decir que el sujeto sabe y no tiene dudas del sentido oculto de algún hecho, y que eso es un signo que le está dirigido a él.   


El diagnóstico no puede ser separado de la localización subjetiva, es decir encontrar al sujeto de la enunciación en sus dichos.
Enunciado                                          Profesora dice…
Enunciación              Yo creo lo mismo, así que cuidate.
(Ejemplo paciente de hospital que dice “Mi profesora en jefe dice que lo que nos pasó, la pérdida de la guagua, no quiere decir que tengamos que estar juntos para siempre.” y eso se lo dice al pololo que sufre de ser abandonado por las mujeres. Enunciación: ella cree eso que la profesora dice.)
 Podemos decir que el sujeto toma una posición respecto de sus dichos, esa posición es la que representa al sujeto, ya que decimos que un significante es lo que representa a un sujeto para otro significante. Por ejemplo, “soy la oveja negra” toma un sentido como frase sola, pero toma otro junto con otras frases, “eso decía mi padre”, “yo creo que soy un diamante en bruto”, la primer frase va cambiando de sentido con la segunda y la tercera. O por ejemplo “vengo mañana, si tengo ganas”, “vengo mañana, sin falta”, la segunda parte de la frase modula el dicho, esa es la posición que el sujeto toma respecto de lo que dice, la MODULACION DEL DICHO, eso es lo que buscamos como localización subjetiva.
        {----        {----
S1 -------- S2 -------- S3
Cuando se toma al pie de la letra lo que el otro dice, eso produce efectos. Cuando uno toma los lapsus, los olvidos, los traspiés en la escucha, o sea los desechos del decir y los hace ingresar en el análisis, eso tiene efectos, al menos de sorpresa, de intentar borrar lo que se dice, o de hacerse cargo de eso que aparece. La relación entre enunciado y  enunciación es fundamental para la interpretación analítica al menos en su frase mínima: “Es eso”, o “Usted lo dice”.
Con el transcurrir de los significantes, va apareciendo la posición que el sujeto toma respecto de ellos, es lo que llamamos posición subjetiva, y se va modificando con el aparecer de nuevos significantes, porque el sujeto va haciendo aparecer todas las voces que lo hablan y eso abre distintas cadenas significantes. Lo que decía su padre de él, lo que decía su madre, en el colegio, etc. Ahí aparece como herramienta fundamental la PUNTUACIÓN, a través de ella el analista fija la posición del sujeto en el dicho. Eso es la dirección de la cura: saber lo que debe y lo que no debe ser tomado en serio de lo que dice el paciente.
Lo más importante en la posición del analista es el no comprender de inmediato al paciente, instalar el malentendido, porque el primero que no se entiende, que no entiende lo que dice ni lo que quiere, es el paciente mismo.
“La localización subjetiva consiste en hacer aparecer la caja vacía donde se inscriben las variaciones de la posición subjetiva. Es como tomar entre paréntesis lo que el sujeto dice y hacerle percibir que toma diferentes posiciones, modalizadas, con relación a su dicho” (Miller p. 56-57) El sujeto mismo es esa caja vacía donde se inscriben las enunciaciones, ese vacío encarna el lugar de su propia ignorancia respecto de lo que dice. El lugar de la enunciación es el lugar mismo del inconsciente.
Podemos decir que el ingreso al inconsciente se da junto con la rectificación subjetiva. El sujeto cuando llega se queja y cree que le pasa ahora es por su pasado, por culpa de sus padres, de algún tío que se quiso propasar o de una maestra, “No es mi culpa” es una víctima de los sucesos de su vida. El acto analítico consiste en implicar al sujeto en aquello de lo que se queja, como decía Freud “¿Qué parte tienes en aquello de lo que te quejas?”, que el sujeto empiece a quejarse de sí mismo en vez de quejarse de los demás es una Rectificación subjetiva, ya que implica que el sujeto tome a su cargo la responsabilidad de sus actos y las consecuencias de los mismos por las cuales se queja.
El lugar de responsabilidad del sujeto es el mismo lugar que el inconsciente. Podemos decir que hay una puesta en forma de los desechos, y el sujeto comienza a encontrarse en sus producciones vergonzosas, desagradables, lo que oculta debajo de la alfombra sale a la luz, lo que va en reverso respecto del ideal  y él mismo se debe hacer responsable por lo feo que le pasa.

viernes, 13 de enero de 2012

Felicidad y psicoanálisis*


LA AUTORA

Esperanza Molleda 
A.P. Psicoanalista en Madrid. Miembro de la ELP y la AMP.  

Freud escribe en 1930: “¿Qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de la vida, qué pretenden alcanzar en ella? Es difícil equivocar la respuesta: aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo”.1
A grandes rasgos podemos identificar tres paradigmas de la felicidad en Occidente: en primer lugar, el paradigma del mundo clásico, representado sobre todo por el pensamiento de Aristóteles, en el que la felicidad está vinculada al ejercicio de las virtudes y las virtudes están definidas en función de su contribución al orden orgánico de la ciudad y del cosmos. En segundo lugar, el paradigma cristiano en el que la felicidad es colocada tras la muerte, y la vida queda convertida en el lapso de tiempo del que se dispone para conquistar la felicidad ultraterrena. Y, por último, el paradigma en el que aún nos encontramos, heredero del pensamiento ilustrado y revolucionario del siglo XVIII, surge a partir del declive de la religión, la secularización generalizada de la vida y las revoluciones americana y francesa cuando se generó el ideal de la responsabilidad conjunta para construir la felicidad en la tierra de todos y de cada uno de los seres humanos. En el marco de este paradigma, el poder político se vuelve responsable de la felicidad que facilita a sus ciudadanos y cada individuo tiene que responder por la cuota de felicidad que logra alcanzar en su vida.En 1958, Lacan introduce en La dirección de la cura,2 tres cuestiones insoslayables para el psicoanálisis en relación con la felicidad: El psicoanalista recibe una demanda de felicidad por parte de los sujetos. Esta demanda cuestiona al analista en lo más íntimo de su ser y en su propia relación con lo que se le pide. La felicidad se ha convertido en un factor de la política como afirmaba Saint- Just en la Revolución Francesa.Con estas tres cuestiones Lacan apunta a tres temas cruciales del psicoanálisis: el psicoanálisis como práctica clínica, el ser del analista y la relación del psicoanálisis con el mundo en el que habita.Como factor de la política, la felicidad requiere una definición susceptible de ser común para toda la colectividad. En la medida que la felicidad sólo está definida por la satisfacción del sujeto hay algo que se escapa de la vocación comunitaria de la felicidad como objetivo social. De esta manera, la felicidad se ha trasformado en bienestar. En su análisis sobre la Revolución Francesa,3 Hannah Arendt nos ayuda a entender esta transformación. Arendt plantea dos motores de la Revolución Francesa: por un lado, la lucha por la “libertad” contra el régimen absolutista entendida como lucha por la participación del pueblo en el espacio público político y por la protección de los derechos individuales en un marco de gobierno limitado. Por otro lado, la lucha por la “liberación” como lucha contra la miseria de la población. Para esta autora, el proyecto político central que se heredó de la Revolución Francesa en el mundo occidental fue precisamente este último, no sólo porque “la liberación es probablemente la condición necesaria para que se dé la libertad”,4 sino también porque “el fundamento de la libertad siempre ha sido incierto, cuando no vano y la libertad siempre ha desempeñado un papel ambiguo y polémico en la historia”5. Este programa basado en la “liberación” se convertirá en el Estado de Bienestar, el estado comprometido en asegurar el bienestar a sus ciudadanos y la felicidad como factor de la política acaba concretándose en la búsqueda de la extensión universal del bienestar, empezando por el bienestar físico y material, siguiendo luego por una interminable serie de bienestares: psíquico, espiritual, familiar, social, laboral.Desde 1948, existe una definición de la salud de la OMS como “estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.6 Esta definición muestra la introducción paulatina de la idea de salud como condición de la felicidad en tanto que bienestar. En otro de sus libros, Arendt7 localiza un cambio en la idea de utilidad con trascendencia para esta concepción de la felicidad. A partir de la conocida máxima moral de Jeremy Bentham en Introducción a los principios de moral y legislación (1789),“la mayor felicidad para el mayor número”, Arendt entiende que la actividad humana será menos valorada en función de su utilidad práctica en el mundo material y empezará a ser medida en función del grado de dolor o de placer que produce. Para Arendt esto significa el decaimiento del homo faber, el fabricante que surgió con la revolución de la modernidad, el cual centraba su actividad en la producción de “un ‘artificial’ mundo de cosas”, 8 y la promoción del animal laborans que centra su actividad en el estado de su propio cuerpo y que ve en la vida, tanto individual como de las especies, el bien supremo. Todo ello se produce en paralelo con el ascenso de la introspección, tal como fue concebida por Descartes, como “omnipotente recurso para conquistar la naturaleza”.9 Para poder contabilizar el placer y el dolor, para conocer el estado de felicidad es necesario llevar a cabo un sostenido ejercicio de introspección no sólo sobre las sensaciones del cuerpo, sino también sobre los estados de la conciencia. En el entrecruzamiento de la concepción de la felicidad como contabilidad de placer y dolor, la transformación de la vida en el bien supremo y el ascenso de la introspección como método de conocimiento, la salud en general, y la salud mental en particular quedan ligadas a la felicidad como factor de la política. Conocemos las respuestas del discurso del amo ante este planteamiento. A un ritmo lento, pero imparable, se ha ido desarrollando una impresionante maquinaria no solo institucional, sino también de prácticas sociales para llevar a cabo el imperativo de ser feliz. La invención freudiana del psicoanálisis se produce en este mismo caldo de cultivo, Freud no duda en sostener la idea benthamiana de felicidad “buscar el placer y evitar el displacer”10 proponiendo el psicoanálisis como una terapéutica científica. Pero la particular posición de Freud de no retroceder ante lo que encontraba en su práctica hizo del psicoanálisis una propuesta divergente del orden establecido. En consecuencia, el ideal de felicidad sufre un revés desde el psicoanálisis. Para Freud “no está en los planes de la Creación que el hombre sea feliz”11 y para Lacan “nadie sabe qué es ser feliz a menos que la felicidad se defina en la triste versión de ser como todo el mundo”.12 A pesar de ello, el analista se ofrece a recibir la demanda de felicidad.En la búsqueda de la felicidad los sujetos se pueden topar con la transferencia hacia otro sujeto al que le suponen un saber acerca de su malestar y le hacen una demanda en nombre de sus padecimientos. El modo en que el sujeto supuesto saber responde a esa demanda dará la medida de la experiencia a la que el sujeto podrá acceder. El psicoanalista acepta la demanda de felicidad que le llega como tantos otros: expertos, maestros, terapeutas, gurús, sacerdotes, etc., pero a diferencia de ellos, al estar descreído del saber que se le supone, podrá hacer que la demanda de felicidad del sujeto se transforme en deseo de saber. Para poder sostener esta posición en la transferencia el analista deberá confrontarse con la experiencia de su propio análisis.El psicoanálisis pide al sujeto que hable a condición de que libere su discurso de la dictadura de la racionalidad y de los ideales para someterse a la regla de la asociación libre. Al dejar hablar así al sujeto, lo que aparece es el más allá del principio del placer determinado por la repetición: el peso de una historia hecha de palabras y de irrupciones de goce, las identificaciones que encorsetan, el fantasma, el no saber respecto a la sexuación y a la relación con el otro sexo, las dificultades para relacionarse con la falta a través del falo y más allá del falo, su peculiar modalidad de desamparo (Hiflosigkeit), la insaciable exigencia del superyó, el empuje de la pulsión que no cesa de buscar la manera de satisfacerse y una forma de gozar tan propia como ignorada. Hechos que se le imponen al sujeto y que son la trastienda de la transparencia voluntarista de la definición de salud mental de la OMS: “La salud mental se define como un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad”.13 A partir del amasijo volcado en el análisis, el deseo del analizante, las interpretaciones y los actos del analista posibilitan una reducción de esa materia prima a un saber que obliga al sujeto a cambiar de posición. Los testimonios de final de análisis nos hablan así del logro de formas de satisfacción inéditas y de una felicidad gestada desde el más allá del principio del placer.El psicoanálisis propone entonces una praxis asumiendo y subvirtiendo a la vez el proyecto ilustrado y revolucionario de la responsabilidad conjunta por la felicidad devenida bienestar y salud de los hombres en la tierra. El psicoanálisis abre una nueva dimensión ante el discurso del amo: la asociación libre frente a la apropiación política del modo de satisfacción del sujeto; el sujeto dividido por el lenguaje y por el goce frente a la ilusión de dominio sobre uno mismo; el atrevimiento de no pretender dar soluciones frente a las soluciones impuestas en nombre de la utopía; la lógica del deseo frente al servicio de los bienes. Haciendo una lectura de los conceptos de “liberación” y “libertad” arendtianos a la medida del sujeto, el análisis apuesta por liberarse de la servidumbre de la exigencia de “liberación” del malestar y permite el acceso a cierta forma de “libertad” más allá del imperativo de felicidad. Frente a la curación en nombre de un estado ideal, Miller toma de los surrealistas otra propuesta: “la salvación por los desechos”.14El término salvación en contraposición al de curación introduce una dimensión trágica que apunta a la exposición del individuo a algo que le supera, llámese destino o inconsciente. Uno se salva de lo que no puede dominar, uno se cura de lo que la ciencia ha podido controlar con su conocimiento. Que la salvación sea por los desechos disuelve cualquier vínculo con la salvación religiosa alcanzada siempre por los ideales. Los desechos son los restos de la operación de reducción que implica el análisis. Estos restos son desechos porque en sentido estricto uno ha querido deshacerse de ellos por el rechazo que le causaban y porque al ponerlos en palabras son restos poco asimilables por el discurso corriente, pequeñas basuras respecto a las cuales el pudor siempre pide cierto velamiento. Tampoco se puede hablar de curación en la medida que el síntoma no tiene porqué desaparecer, lo que cambia es la relación de sufrimiento que se tiene con él. El psicoanálisis es, pues, “menos un asunto de síntomas que un asunto de ser, curiosamente correlativo a un asunto de saber”.15En la Nota Italiana16, Lacan pone una condición para que el analizante que ha terminado su análisis pueda pasar a ser analista: es necesario que surja el “deseo de saber”. Un deseo de saber “extraño”, dice Miller, ya que se le imputa al analista y no al analizante como se suele hacer.17
¿Qué sabemos por Lacan y Miller de este deseo de saber del analista?1.- No es el deseo de saber de la ciencia que atañe al saber en lo real traducido en significantes que se transmiten sin el sujeto, es el deseo de un saber inconsciente que se le supone al discurso del ser hablante y que tiene efectos en lo real.2.- No es el deseo de saber de la docta ignorancia que sabiamente reconoce sus límites rebelándose contra las ambiciones de la ciencia sobre la verdad, ya que el deseo de saber de la docta ignorancia retrocede ante el deseo y el goce.3.- La humanidad no quiere saber nada del saber que desea el psicoanálisis en tanto que implica lo reprimido, por eso el analista es un desecho de la humanidad y el saber del psicoanálisis queda al margen del saber constituido.4.- El deseo de saber del analista surge de la caída de los amores con la verdad puesto que, para el inconsciente, no existe la verdad dispuesta a ser descubierta. La búsqueda de la verdad, sólo sirve para horadar el hueco en el que vendrá a alojarse el deseo de saber.5.- El deseo de saber implica un no saber por parte del analista. El analista no se define entonces por tener un saber, sino por poder sostener una ausencia de saber, a la vez que mantiene el deseo de ese saber que hay que inventar cada vez que es colocado en el lugar de supuesto saber por un sujeto. 6.- Para acceder a este deseo el analista debe haber circunscrito la causa de su propio horror a saber. Desde ese momento, según Lacan, el analista “sabe ser un desperdicio”18 y, para que haya analista, esto debe llevarle al entusiasmo. Este saber ser un desperdicio se da, según Miller, en dos sentidos: el analista sabe que él es el desecho de su análisis y, por otro lado, sabe ser un desecho en la experiencia para otro sujeto.7.- Este saber ser un desecho se sostiene en que s(A), la significación de saber, deja su lugar al objeto a, que se envuelve “con la pulsión por la que cada uno apunta al corazón y no se alcanza más que con un tiro que lo falla” y que “da soporte a las realizaciones más efectivas y también a las realizaciones más atractivas”.19 Para Miller esto se traduce en la subjetivación de la pulsión. 8.- El saber en juego en el deseo de saber del analista es que no hay relación sexual que pueda ponerse en escritura.Para el analista el psicoanálisis no tiene pues que ver con alcanzar la felicidad en cuanto homeostasis de placer, sino con este deseo de saber, del que Miller dice que “es para Lacan el nombre más propio, más adecuado del deseo del analista”.20 El deseo del analista vive entonces en este deseo de saber en los límites de lo posible de saber y es lo único que el analista tiene para dar. Un deseo igual que el del analizante, pero “haciendo la salvedad de que es un deseo advertido” de que “no puede desear lo imposible”.21 El analista se compromete así con una experiencia, con una praxis, con una ética en el mundo que habita que pone “en su cúspide la cuestión del deseo del analista”22 como un deseo que está por escribirse por cada analizante que deviene analista.


LA AUTORA
Esperanza Molleda 
A.P. Psicoanalista en Madrid. Miembro de la ELP y la AMP.
Email: molledafme@gmail.com
Referencias
1 S. Freud. "El malestar de la cultura" (1930). Alianza editorial, Madrid, 1990, p. 19.
2 J. Lacan. "La dirección de la cura y los principios de su poder" (1958), Escritos II. Siglo XXI editores, México, 2003, p. 594- 5.
3 H. Arendt. Sobre la revolución (1963). Alianza Editorial, El libro de Bolsillo, Madrid, 2004.
Ibíd., p. 30.
5 Ibíd., p. 30.
6 http://www.who.int/peh-emf/research/agenda/es/index.html.
7 H. Arendt. La condición humana (1958). Seix Barral, Barcelona, 1974.
Ibíd., p. 19.
9 Ibíd., p. 401.
10 S. Freud, "El malestar de la cultura". Op. cit., p. 19.
11 Ibíd, p. 20.
12 J. Lacan. Seminario 17: El reverso del psicoanálisis (1969- 70). Paidós, Barcelona, 2008, p. 77.
13 http://www.who.int/features/factfiles/mental_health/es/index.html.
14 J.A. Miller, "La salvación por los desechos" en http://www.ebp.org.br/enapol/09/es/texto/jam.pdf.
15 J. A. Miller. El banquete de los analistas (1989-90). Paidós, Buenos Aires, 2000, p. 393.
16 J. Lacan, "La nota italiana" (1974) en http://elpsicoanalistalector.blogspot.com/2009/07/jacques-lacan-nota-italiana-abril-de.html.
17 J. A. Miller. El banquete de los analistas. Op. cit., p.395.
18 J. Lacan. "La nota italiana". Op. cit., p. 3.
19 Ibíd., p. 3.
20 J. A. Miller. El banquete de los analistas. Op. cit., p.415.
21 J. Lacan. Seminario 7: La ética en el psicoanálisis (1959-60). Paidós, Barcelona, 2003, p. 358.
22 J . Lacan, "La dirección de la cura y los principios de su poder". Op.cit., p. 595

Narcisismo y desarraigo


EL AUTOR
Ignacio Castro
Doctor en filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, filósofo y crítico de arte. 

Para acercarnos al estado actual de la subjetividad, partimos del avance entre nosotros de la normalización propia de las sociedades consideradas avanzadas. Esto implica tener en cuenta una definicióncreciente, una especie de personalización de masa por la cual el orden social de Occidente ha conseguido transferir la sombra de lo existente a la transparencia de una historia fractal, integrada en cada curvatura de vida.
I
Tal incansable labor de identificación y reconocimiento hace salir del armario a individuos, minorías y nuevas naciones. Igual a nivel económico que psíquico, todo lo sumergido o informal –que por otra parte se incentiva- debe salir a la luz y pasar la prueba de la evaluación pública, la homologación y la competencia interactiva. Asistimos, en este sentido, a una transferencia continua de lo existencial hacia lo social, de lo latente hacia lo patente y visible. La economía de esta socialización, su imperativo de transparencia no quiere seres humanos dealta densidad, con estructura profunda, anclados en su carácter atávico y en su patología natal. Se requieren más bien consumidores de visibilidad, sujetos adelgazados para interactuar como puntos móviles de una red sin fin. Paradójicamente, este fenómeno de visualización normativa -las cámaras omnipresentes son sólo un índice externo de ello- lleva aparejado un creciente misterio del prójimo, una especie de nuevo oscurantismo de las mentes hacia cualquier intimidad que no esté en pantalla ni sea estadística, fácilmente portátil en la circulación informativa.En medio de esta definición hiperreal de los rostros y los cuerpos renace un terror de la presencia real y nuevas patologías de reacción, social e individual, a todo lo que sea analógico de la complejidad. Se puede diagnosticar una nueva especie de intolerancia del sujeto con respecto a su fondo sombrío. ¿Se trata, en resumen, de una especie de depresión informativa, consensuada al modo liberal? De ser así, estaríamos ante algo difícilmente tratable con los medios que la propia evaluación social facilita.La fluidez general de la cultura que se llama capitalismo se consigue con una atomización individual, con la acumulación masiva de una identidad primero aislada y después marcada, puesta en el recambio constante de la órbita social. Como si la circulación sin fin que constituye la religión triunfante estribara en la soltura de núcleos desgajados, entidades individuales que pueden constituirse en meros nudos de una malla de conexiones perpetuas. Como se ha dicho en algún sitio, la banalidad de nuestra cultura no es nada banal. Desarrolla más bien una profunda labor de drenaje del malestar, impidiendo la inversión interna del miedo en sentido y desactivando así la primera potencia existencial del sujeto. En tal aspecto este estudio es inevitablemente político, pues no puede dejar de criticar un imperio contextual que ha pulverizado la autonomía individual en aras del consenso. La labor de pacificación del estado de naturaleza subjetivo ha tenido, como veremos, consecuencias psíquicas preocupantes.Recordemos que, por principio, sólo se suma masivamente lo que está solo, suelto, aquello que antes ha sido desgajado de su mundo constituyente. Se agregan entidades desarraigadas de su profundidad cualitativa. Se acumula y cuantifica el perfil aislado de los seres arrancados de cualquier humus natal. Desde hace tres, cuatro décadas, el principio de individuación del ser humano en las sociedades técnicas parece ser la deconstrucción de cualquier principio fijo en el carácter personal, elrecorte informativo de cada individuo sobre una superficie neutra. Superficie tan plural como indiferente, tan diversa como uniforme y segura. Una vez más, un fondo de indiferencia parece ser el gran continente de la multiplicidad consumista de un mercado social que ha convertido al ser humano en principal materia prima de la especulación terciaria que nos guía.De ser esto así, el triunfo en Occidente de la información y del canon numérico supondría un fondo deoscurantismo analógico que dificulta la relación del individuo con la muerte. Vivimos en una combinación acelerada de desarraigo e identificación, de silencio privado y espectáculo público, de miedo y seguridad. La “interpasividad”, dice Baudrillard, “sostiene el campo inmanente de la interactividad”. No se trata de un trastorno bipolar cualquiera, una desgracia espontánea de la época, sino de una oscilación esquizoide inducida por el bienestar anímico de un ideal que ha prohibido cualquier suelo en el sujeto, una comunidad íntima de experiencia.El orden de los media, conectado en red invisible, no quiere saber nada del camino del medio, de acercar el pensamiento al lugar donde tenemos el cuerpo y los sentidos, el dolor y la intuición, los impulsos de resolución. La forma de la finitud, una relación directa con la complejidad real, está más o menos prohibida por nuestra ideología de la mediación y su diferido continuo, esta realidad subtitulada en la que vivimos. La visita guiada es el modelo terciario incluso para entrar en las dolencias del propio psiquismo. Sólo después, sobre este suelo de incomunicación que convierte al sujeto informativo en un conocido para sí mismo, en un turista existencial -la imagen más tópica es el joven encapsulado que duerme en casa-, se sirven las múltiples conexiones on line.La inmediatez ética se ha deconstruido en nombre de la inmediatez de la mediación. La únicadescarga espontánea que nos es permitida es la del consumo, en el ocio y en las mediaciones técnicas. Para todo lo demás, antes de una decisión tenemos que contar tantas veces, tantos dígitos, que cuando llega el momento la decisión está clonada y es intercambiable por alguna réplica en el panel de las ofertas de turno. No parece aventurado decir que mientras consumimos somos consumidos en nuestra diferencia, homologados con las cosas que circulan. El fetichismo de la mercancía se ha hecho deseante, libidinal.
II
Economía informal del sujeto, identidades queer. Lo que importa es esquivar a cualquier precio el peligro de no ser nadie, de estar tocado por la comunidad decualquiera, fuera del menú de identidades en oferta. El papel de las minorías alternativas ha sido en este punto -es preciso decirlo otra vez- un poco extraño, por no decir perverso. Ellas han minorizado la molicie del control social, incluida la publicidad, y le han permitido aligerarse. Gracias a lo alternativo la policía de lo social se extiende, pues la mayoría deja de ser torpe y paternal para descender a un tuteo maternal con cada privacidad. Con la proliferación de logos alternativos no queda apenas espacio donde pararse ni fórmula para detenerse, donde pueda ocurrir algo. La posibilidad del acontecimiento, que nos rehace como sujetos, es sometida a cerco por la cultura del impacto, que se adelanta a cualquier indecisión. En este aspecto biopolítico, con una inteligencia emocional de la que carecían las ideologías clásicas, la cultura occidental se ha vuelto preventiva.Es indudable que también el psicoanálisis, que necesita un tiempo muerto, se ha visto perjudicado por este nuevo micro-determinismo del lenguaje social. ¿Es debido a esto que la palabra de algunos pacientes se presenta a veces marcada discursivamente, configurada por una teoría en boga? De cualquier manera, vivimos en medio de un conductismo capilar, cognitivo, vivamente reformado. La sociedad del conocimiento ha elevado al nivel de inteligencia policial la voluntad de saber.Consenso, adaptación, flexibilidad son palabras que traslucen una cómica incapacidad para desconectar, para detenerse, para afrontar el trauma de una posible ruptura, sin la que ningún cambio significativo es posible. Es como si la conexión perpetua y la atención flotante y dispersa del sujeto sedase la presión de lo intolerable, que es el origen de la decisión, y condujese paradójicamente a la imposibilidad de ninguna resolución, ninguna ruptura. Todo lo escénico cambia para que nada crucial se mueva. Somos tan libres que no podemos elegir. Una vez más, la complejidad es en este punto una ideología letal, pues paraliza a la gente corriente -a lo que hay de común en cualquiera- en manos del experto. Consume también las fuerzas del sujeto en el menú de alternativas terciarias, más o menos banales. ¿Homosexual o heterosexual, socialdemócrata o conservador, fumador o no fumador, azúcar o sacarina?.El pluralismo es hoy la religión realizada, el opio del pueblo. Al tener tantas opciones virtuales olvidamos el drama patético de lo real, nuestra obediencia en lo primario, esa cotidianidad socio-estatal que nos convierte en sumisos empleados a tiempo completo. De hecho, al tener tantas posibilidades, no podemos elegir sin más. Necesitamos mediadores matrimoniales, folletos explicativos de la exposición, animadores culturales, subtítulos para las continuas visitas guiadas. El sujeto es víctima de la multiplicidad publicitaria, de una amena variación que le mima. Dicho sea de paso, nunca se ha demostrado que los mimos no sean una de las más perniciosas formas de maltrato.La era del acceso es la de la marginalidad de todo lo que sea turbio, complejo, cargado de gravedad y de drama. El acceso se expande hacia el esquema informativo de cosas y personas para nada saber de su sentido. La simplicidad maniqueísta de lo binario -“me gusta”, “ya no me gusta”- alienta incluso cuando las alternativas son cinco o seis. Como en la carta de muchos restaurantes, incluso caros, el tedio de la indiferencia se agazapa tras la pluralidad de la oferta. Todos los platos saben a lo mismo; mejor, no saben. El nihilismo de lo uniforme, que nos protege del demonio de la cualidad, se esconde tras el cromatismo del mercado.Querríamos hacernos indistinguibles en la secuencia de lo numérico, con pequeñas escapadas de fin de semana o en el horario televisivo de las tardes, justo antes de dormir. En el fondo ocurre que hemos formateado el sabor de la soledad, que era un diálogo nuevo con la mudez común, para transformarla en la seguridad del aislamiento y en su fluida interactividad. De igual manera, hemos reciclado la comunidad en sociedad. De ahí la aversión, en el psiquismo y en toda la estupidez binaria de nuestra cultura informativa, a la ambivalencia de lo real, que siempre late más allá del moralismo dominante. El dualismo fuerte –femenino/masculino, devenir/historia,punctum/studium- encierra en uno de los dos polos un punto de fuga, una indeterminación que fuerza y envuelve al otro lado. El simulacro binario, al contrario, nos protege con la dialéctica de la simetría. Con la alternancia 0/1cristalizamos una constante aversión al claroscuro, al sentido de la ruina, a la ambivalencia. La nueva arquitectura expulsa la noche como la nueva psiquiatría expulsa la escucha del dolor.En suma, el umbral de la verdad, la desconexión, está prohibida por la religión social triunfante. La soledad ha sido colonizada por la dispersión en la visibilidad compartida. Si el paro aterra es debido -aparte del sueldo: la economía es mucho más metafísica de lo que parece- a la crisis de pánico que ataca a una identidad al borde de la desconexión, cuando nos han reeducado para ser meros puntos de la red. De pronto, al verse enfrentado a una vida sin envoltura social, se disparan las alarmas en el sujeto y todas las sintomatologías. En el plano cultural, el paro simboliza el terror al demonio de la época: la marginación social, la vida sin empleo… Como si vivir no fuera el primer oficio. ¿Por qué se le teme tanto al marginamiento, a la desconexión, a la no visibilidad? Porque en ese fondo resuena una primera propiedad del sujeto con la cual ya no queremos -ni podemos- saber nada, el diálogo socrático con el enigma, la conversión de la muerte en un interlocutor y en la más alta tarea. Ese horizonte nos haría absolutamente responsables, libres de la religión social. Y no queremos tal carga; necesitamos creer en Dios, aunque sea en la forma degradada de la Sociedad. ¿Ya no podemos recordar que somos seres humanos, y no cosas, gracias a lo que ha ocurrido fuera de las reglas, por la bendición de la contingencia, en los márgenes de toda planificación? A veces parece que los viejos totalitarismos no han perdido la guerra cultural y se han mutado en el furor de este múltiple determinismo que conforma nuestra cobertura.
III
Pensemos, por ejemplo, en el alarmismo de los medios -”el aislamiento de Rusia”, “el Partido Popular se queda solo”, “la soledad de Zapatero”-, con su pánico a la desconexión, al tiempo muerto, a la soledad. Este pánico pueril se nota ya en la expresión desamparada del locutor cuando la conexión no funciona, o el primer plano no se corta a tiempo, y la breve y calculada aparición del periodista queda en el vacío. ¿Se imaginan que se filme a alguien que carece de guión o de programa? Sería la misma expresión desolada de los humanos en el metro, pero sabiéndose en pantalla. La televisión, máximo adalid de esta socialización forzosa, también predica con el ejemplo y enseguida se siente sola: “No se vayan”, suplican los locutores de todas las cadenas antes de cada pausa publicitaria en la programación.El miedo a la soledad es “mundial”. En la “sociedad internacional” no podemos concebir un mundo desarrollado fuera de ese miedo porque presentimos que el trasfondo de la comunicación y el mito del progreso es el vacío. Tras este estruendo de la pantalla total azota el nihilismo del desierto, la indefensión ante la raíz asocial de la subjetividad, ante su soledad ontológica. Verdaderamente, el diablo de esta época parece ser el silencio, estar a solas con la condición mortal. Como si ahí no hubiera sentido. Lo que es peor, por si ahí hubiera un sentido.Este miedo a la cercanía es producto del peor de los pesimismos porque entiende que, sin conexiones, la vida y la individualidad no son nada. Los contactos y la adaptación al medio -gracias, querido Marx, por cristalizar esta alienación definitivamente triunfante- es nuestro principio de individuación. Sin el entorno, mediado y mediador, no somos nadie. Y menos que nadie sería nuestro narcisismo, imprescindible en un mundo despiadado en su indiferencia hacia lo trágico, la pulpa de vivir. Como hemos perdido elafinamiento con el tono de la finitud, entre impacto e impacto programado la desolación se convierte en la regla del tiempo no organizado. De ahí esas caras demudadas en el transporte público, esas caras abstractas de los alumnos en clase, ese extraño silencio de los apartamentos a la caída de la tarde. Recordemos por un momento –un minuto de silencio- la ansiedad cuando el teléfono al fin suena y promete rescatarnos de un estar a solas con el ser para el cual ya no tenemos hilos. La conexión técnica se alimenta de la desconexión vital. La euforia social parasita el pesimismo viviente. Tal vez por esto Sokurov, ruso nacido en Siberia, comenta un día: “Ustedes los occidentales están muy solos”.Al no tener que luchar contra los límites ni tener que ganarse paso a paso la supervivencia anímica, se pierde también el músculo de la ilusión. A los jóvenes se les tiene mucho más en cuenta que a sus padres, se les pregunta constantemente y se les permite elegir, etc. Por ello se vuelven débiles, caprichosos, despóticos en su sonrisa, con un umbral de sufrimiento y de fidelidad mínimo. Como todo viene dado, hasta en las relaciones se pierde la ilusión, que solamente simula mantenerse con el recambio, con esta ilusión forzada de alteridad que llamamos tecnología.El narcisismo es crucial, ante todo, para defenderse de un íntimo desánimo en espera, de todo lo no sabido de un sí mismo que se siente amenazado por dentro. El divorcio continuo, no sólo de tu pareja sino también de las opciones que ayer has elegido, proviene del hecho de que la gente no aguanta hoy nada que le comprometa, que le recuerde la duración y el envejecimiento. Vivimos cubiertos por un liberalismo existencial que une por debajo a muy diversas ideologías. La avalancha continua de la novedad seda el temor pueril que tenemos a la persistencia del pasado, a cualquier escena originaria, a nuestra propia historia. En el fondo, naturalmente, el temor es a la finitud, a la muerte anterior y continuamente presente.Hasta el recambio forzoso de los útiles -ropa, coche, ordenador- nos libra de una relación estable con las cosas, de un afecto objetal que ya diría demasiado de nosotros, nos recordaría quién somos. Por el contrario, hoy todo ha de renovarse, salir disparado hacia la circulación. El reconocimiento externo exige un continuo remozamiento de la imagen en cosas y personas. La actualización perpetua, esta coacción amable de estar al día y no quedarse atrás, esconde el pánico a lo que no cambia, el integrismo de una limpieza existencial continua que debe dejar continuamente atrás la tentación de ser fiel a tus sombras.


EL AUTOR
Ignacio Castro
Doctor en filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, filósofo y crítico de arte.
Email: iccrey@terra.es